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Hidroponía comercial en pocos metros cuadrados

La producción obtenida en media hectárea de terreno orgánico equivale a los resultados de un cultivo hidropónico realizado en un invernadero de sólo doscientos metros cuadrados. Ello significa, ni más ni menos, que un metro cuadrado de suelo inerte rinde lo mismo que cinco metros de superficie orgánica o tal vez más.

A ojos vista, el valor de los suelos agrícolas se vuelve paradójicamente relativo frente a esta tecnología de las plantaciones.

Con ella, la producción de alimentos vegetales se separa de los sustratos a los cuales siempre había estado sujeta, aventajando los métodos convencionales con una significativa reducción de los espacios necesarios para producir hortalizas de manera rentable.

La relación observada en numerosas experiencias por Manuel Sanz Portela, fundador de Hidroponía-Chile y estudioso del tema, es asombrosa para cualquier observador, pero especialmente para quienes están acostumbrados a trabajar con las variables de la madre tierra.

La inversión

De acuerdo a los cálculos realizados por Sanz, el cultivo de 200 metros cuadrados tiene un costo aproximado de 400 a 450 mil pesos, considerando implementación de riego, estructuras, cubierta, camas de arena y semilla. Esta estimación contempla un invernadero rústico con sistema de autoconstrucción y sin inversión mayor en sustratos ni semillas.

En esta extensión, dispuesta de modo que tenga diez metros de frente por veinte de fondo, las camas peparadas acogen fácilmente unas mil plantas de tomate, por ejemplo. Con el método hidropónico, el primer racimo de frutos estará maduro entre los 100 y 120 días desde el trasplante de las plántulas, con una producción de alrededor de mil kilos de tomate. Luego, sobre los 130 días desde la plantación, el volumen de frutos maduros se multiplica progresivamente.

La confección de la cama requiere de un procedimiento sencillo, consistente en excavar 15cm de profundidad y un metro de ancho por el largo del invernadero, cubriendo el interior con plástico. Luego se rellena con arena gruesa, preferentemente de Lepanto.

Para producir tomates, junto al camino que queda entre una cama y otra se coloca una hilera de tomates, y a 25 centímetros la siguiente. Los 50 centímetros que quedan libres se emplean con otro tipo de cultivo, ojalá de menor altura que el anterior, pero que tenga el mismo pH que el tomate, como es el caso de las lechugas.

El sabor de los vegetales orgánicos

Del mismo modo se puede cultivar pimientos morrones, berenjenas, frutillas, plantas medicinales y otras que no se

dan bien en exteriores, debido a las condiciones climáticas de la zona o porque, en general, no ofrecen garantías de una producción segura y constante. La fórmula hidropónica protegida, en cambio, permite al agricultor intervenir en materia de suelo, temperatura, humedad y luminosidad, entre otras variables.

Por todo ello y porque las plantas reciben el aporte nutritivo adecuado a lo largo de todo su ciclo, se obtienen productos de muy buen sabor.

Lechugas cultivadas en agua. Una plancha de aislapol las sostiene por el cuello, soportándolas sobre una bandeja que contiene los nutrientes.

Las condiciones de resguardo en que se mantiene a las plantas restringen también la aparición de enfermedades fungosas, bacterianas y virales, que suelen estar asociadas a ciertos insectos vectores.

Sin embargo, cuando un invernadero es muy pequeño, es preciso tener cuidado con la humedad y temperaturas muy altas, que, de no ser controladas, suelen favorecer la presencia de afecciones fungosas. Si la regulación se ve obstaculizada, conviene aplicar remedios preventivos en forma de pulverizaciones.

Abundante forraje

Entre las experiencias más exitosas desarrolladas por Manuel Sanz, se encuentra el cultivo de forraje, porque los ganaderos dedicados a la producción de leche necesitan normalmente de una gran superficie de terreno para alimentar a sus animales.

Tomando en cuenta que cada vaca consumee cerca de 20 kilos de forraje diario, unos .50 animales pueden ser nutridos mediante una unidad hidropónica de 50 metros cuadrados, disponiendo de 70 bandejas diarias. En éstas, cada metro cuadrado con cinco kilos de semilla produce 20 kilos, mientras que en total alcanza a una tonelada por día durante todo el año. Todo esto es muy rápido, porque el forraje alcanza 25cm en cinco días, en el caso de la cebada, avena y centeno

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Semillas para el jardín


Comienzo y fin del ciclo vital de los vegetales y testimonio elocuente de que las claves de la existencia no siempre están en lo que se hace notar, la semilla o simiente encierra en sus pequeñas dimensiones la riqueza del pasado y la fuerza del futuro.

El libro de los libros, La Biblia, relata cómo una semilla de mostaza, la más pequeña de todas, es capaz, una vez sembrada, de crecer y "hacerse mayor que todas las plantas del huerto y llega a ser como un árbol, tan grande que las aves hacen nidos en sus ramas".

Es que en sí encierra el secreto de la perpetuación de la especie, la generosidad de dar a luz y la tarea de desarrollar sus potencialidades contra viento y granizos.

Diminutas para llamar nuestra atención compitiendo con las flores, hojas y frutos; las semillas involucran un mundo apasionante y silencioso, que merece ser divulgado.

Semilla con capacidad de germinar

Se dice corrientemente que las semillas están "maduras" cuando caen de la planta progenitora; pero esto, no significa necesariamente que se encuentren en condiciones de germinar. Las hay que empiezan a desarrollarse apenas caen, si encuentran un ambiente adorable; pero la inmensa mayoría permanece en estado de latencia durante la época de frío o cuando hay sequedad y sólo basta la llegada de la próxima estación, es decir, con el clima apropiado para el crecimiento.

Se denomina período "viable" al tiempo en que la simiente mantiene su capacidad de germinar, un lapso que es muy variable de una especie a otra. Es así como la de sauce y la de álamo deben germinar a los pocos días de su caída o de lo contrario mueren. A esta característica se que estas especies se multipliquen generalmente por estacas y no por semillas.

En el otro extremo se ubican aquellas que permanecen cientos de años en estado "viable". Se sabe de semillas de oto y de trigo encontradas en las pirámides de Egipto, que de ser halladas se sembraron y germinaron perfectamente.

Germinación

Las semillas en estado latente están vivas y metabolizan, aunque a un ritmo muy lento y actividad reducida. La germinación se inicia por la acción del calor y de la humedad, en presencia del oxígeno. El embrión absorbe agua, se hincha, se libera de los otros tejidos de la semilla y comienza su desarrollo. En las plantas dicotiledóneas, emite dos hojas primarias o cotiledones y un eje central.

Luego de esta germinación surge la raíz primitiva o radícula, que por su acción geotrópica crece directamente hacia abajo buscando el suelo, desde donde obtendrá las sustancias alimentarías para su posterior crecimiento y desarrollo. A continuación nacen el tallo y las hojas de la nueva planta.

Los cotiledones contienen reservas alimenticias para abastecer a la plántula mientras ésta crece y hasta que esté en condiciones de producir suficiente clorofila para comenzar sus ciclos vitales y perpetuar la especie.

Simiente vital

Las semillas son utilizadas por el hombre más que cualquier otra parte de la planta, como fuente de alimentos, aceites, manufacturas textiles y bebidas. La mayor parte de los hidratos de carbono aprovechadas por el ser humano provienen de ellas, con excepción de las papas, remolacha azucarera y caña de azúcar, entre otras.

A la familia de las gramíneas pertenecen las semillas del trigo, cebada, avena, centeno, arroz y maíz, mientras qué el poroto, arveja, haba, lenteja, soja, maní y chícharo son leguminosas que se caracterizan por tener un alto contenido de proteínas, además de hidratos de carbono. El café, la cocoa o chocolate se obtienen igualmente a partir de semillas. Asimismo, las especias y condimentos, como es el caso de la pimienta, comino y nuez moscada, etc.

Los aceites derivados de esta parte de la planta tienen extraordinaria importancia en la industria alimentaría, como por ejemplo los aceites de maravilla, raps, soja, oliva, pepa de uva, maíz y maní que se elaboran en Chile. Estos productos se emplean también en estado natural o a través de sus derivados, como la margarina o la manteca vegetal, obteniéndose también subproductos industriales, entre los que están las pinturas, jabones, barnices y detergentes cosméticos.

La semilla, por lo tanto, no sólo cumple un papel fundamental en la perpetuación de las especies, sino que tiene vital importancia en la supervivencia del hombre y su entorno.

Nuestro país, en una gran parte de su territorio, tiene la ventaja de contar con factores climáticos muy favorables para el desarrollo de la vida vegetal. A ellos se suma su posición aislada del resto del mundo, debido a la cordillera y al mar, y la protección que le brinda el desierto, para producir semillas sanas y de buena calidad. En este patrimonio, que debemos proteger e incrementar, se basa una de las industrias más prósperas y crecientes de Chile, capaz de exportar semillas a diversos puntos del orbe

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Nutrir el huerto con abono natural


La productividad de un terreno depende en gran medida de la calidad de su suelo; pero si el suyo es muy pobre, no hay problema; cualquier suelo; por deficiente que sea, es posible mejorarlo añadiéndole un elemento natural: el humus, rico en carbono y nitrógeno. Y las tierras humiferas es decir, tratadas con humus- constituyen una forma ecológica de trabajar el huerto. Esto es hacer ecocultura" en forma práctica, recordando que nos consideramos ecocultores, "cultores" o "cultivadores" ecológicos.

El humus es una materia orgánica compleja, formada por restos vegetales y de insectos y excrementos de pequeños animales. Se hincha con el agua y sirve, con la arcilla, de aglutinante de las partículas de la tierra, contribuyendo a hacer más blando y ligero el terreno. Proporciona, además, gran cantidad de carbono y nitrógeno al suelo y actúa como elemento conservador y movilizante de las reservas nutritivas y de la humedad.

La definición parece bastante complicada, pero no lo es tanto. Dicho de otra manera, el humus es una sustancia vegetal o animal muerta que se ha transformado bajo la acción de los organismos del suelo para dar origen a una sustancia orgánica que entra a formar parte del mismo.

Así, la formación del humus se realiza en dos etapas básicas: primero se produce la descomposición de las sustancias orgánicas y minerales, nuevos compuestos que, en la segunda etapa, se sintetizan formando un rico elemento que fertilizará el suelo. "Este proceso que se realiza naturalmente es acelerado con la presencia de lombrices, que son increíblemente eficaces para convertir toda materia orgánica en humus", señala el ingeniero agrónomo Eduardo Martínez. Y tiene razón: la lombriz de tierra es uno de los seres vivos más benéficos para los cultivos, ya que ventila, abona y ara el suelo.

Todos los cultivos consumen humus, por lo que un huerto ecológico requiere aumentar y mantener su cantidad. Estudios agronómicos recientes revelan que un buen suelo contiene entre el 6 y el 10 por ciento de este elemento.

Recipientes del compost

Una de las materias orgánicas que debemos agregar regularmente al suelo es el compost. Se ha dicho en diversos idiomas que "el compost es el corazón del huerto ecológico", lo que se explica porque viene a constituir un abono natural y, sin duda, el mejor de todos. Aplicar compost es poner humus en la capa superficial de la tierra cultivable.

Cualquier vegetal que cae al suelo se pudre en un proceso aeróbico, es decir, con utilización M oxígeno como parte de la descomposición, constituye una forma de compost. Sin embargo, es factible hacer una preparación con otros elementos para acelerar el proceso y hacerlo aún más rico en elementos nutritivos.

Existen varios métodos para la elaboración del compost, según el tipo de recipiente o receptáculo en donde se apilarán las materias a utilizar en la preparación. Su tamaño y la forma dependerán de la cantidad que se requiera de compost en la parcela.

Si sus necesidades de compost no involucran grandes cantidades, se puede hacer simplemente en forma de montón en algún lugar apropiado del huerto. Apilado de esta forma, en el momento en que el compost haya alcanzado su máxima temperatura y comience a enfriarse será necesario darlo vuelta, poniendo las partes superior y de los costados al interior del montón y la parte de adentro afuera. Al hacerlo no hay que olvidar rociarlo con agua para mantener la humedad.

Otro método es utilizar arcones de 1,5 m de ancho, largo y alto, ya sea de piedra, de madera tratada para evitar que se pudra, de ladrillo o de cemento, con la sola condición de que sean bien ventilados -sin caer en exageraciones, porque ello impediría la conservación del calor-, como se muestra en las ilustraciones. No se deberá pavimentar el piso, ya que es necesario el contacto de las materias orgánicas con la tierra del suelo natural. Además, conviene construirlo de modo de poder retirar la placa frontal o la tapa superior, de manera que se facilite el acceso.

Con el fin de aprovechar la calefacción, en muchos casos se instalan los arcones a un costado del invernadero, lo que no representa problemas de olores, ya que el compost no los da.

Componentes del compost

En lo que respecta a las materias orgánicas y minerales que utilizaremos, para favorecer la penetración de lombrices y otros animalitos de la tierra, primero se debe poner en contacto directo con la tierra una capa de vegetación de unos 15cm de alto; puede ser cualquier materia vegetal, como desperdicios del huerto o de la cocina e incluso las malezas que se han arrancado del predio.

Luego se cubre con una segunda capa de 5cm de estiércol de vaca -es el mejor-, caballo, ovejas o aves. Si en su parcela no dispone de guano, lo puede reemplazar por harina de pescado o algas, y una capa de tierra. Así se van alternando las capas hasta alcanzar una altura de un metro o un metro y medio.

Todo sirve para el depósito de compost: cáscaras de huevo, restos del café y de frutas, bolsas de té, podas de hasta 5cm de grosor, pelo, plumas, hojas, trozos de cartón corrugado, pasto cortado pero marchito; en fin, cualquier materia orgánica.

Es importante que cada capa mantenga su humedad. Si está muy seca, se debe regar lo suficiente para humedecerla, no para mojada. Ello, más una adecuada aireación, acelerará la descomposición y por ende la temperatura de la preparación. Si está muy húmeda, agréguele materias secas.

Será en este ecosistema donde los microorganismos realizarán su tarea. En una primera fase de descomposición, con su actividad metabólica las bacterias elevan la temperatura hasta cerca de 70 grados C. Otros seres, los hongos, participan también en la fase segunda, de reconstrucción, en la cual se transforman las sustancias. Finalmente en la fase de síntesis, pequeños animalitos desmenuzan el material -las lombrices, los chanchitos de tierra, los ácaros, etc, para luego enriquecerlo con sus excrementos, produciéndose la unión o síntesis entre las sustancias minerales y las orgánicas, nutrientes que recogerán las raíces de las plantas

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Presiembra en recipientes


La mejor calidad y productividad de las hortalizas de nuestro huerto, al igual que la de las plantas ornamentales destinadas a abastecer los jardines, se obtiene mediante el cultivo de almácigos . Este sistema ofrece garantías a la germinación y primera evolución de las semillas.

Se trata de la primera etapa del establecimiento de un cultivo e implica una selección de los ejemplares más perfectos al momento de trasplantar.

Su implementación es aconsejable para las especies cuyas semillas son muy pequeñas, como ocurre con las hortalizas en general, para las cuales el manejo en una sola fase o siembra directa es muy difícil.

El uso de contenedores es particularmente indicado cuando se trata de plantas muy susceptibles a las malezas o a factores climáticos como las heladas, en su primer período de vida.

Antes de determinar el tipo de recipientes que conviene usar, es necesario calcular su cantidad o extensión según el número de plantas que ocuparán el suelo definitivo.

La presiembra se establece siempre en un lugar vigilado y resguardado, colocando los contenedores sobre mesas o plataformas angostas, de manera que se puedan alcanzar fácilmente con las manos. De este modo se facilitan los trabajos de siembra, fertilizaciones, desmalezamientos y riegos.

Siembra de almácigos

Al momento de sembrar, la tierra debe tener suficiente humedad y un perfecto mullimiento, para lo cual se realizan las labores con un rastrillo manual, en caso de utilizar tierra preparada.

En los días que siguen a la siembra es fundamental mantener la humedad del sustrato regando con una lluvia muy fina de agua, para no correr el riesgo de sacar la semilla a la superficie. Mediante un tubo de polietileno se da forma a los cambuchos y se hace el llenado con tierra. Se retira luego el tubo, y los recipientes quedan listos para recibir la semilla o las plántulas distanciadamente una vez que las plantas emergen, pero velando que no falte la humedad. Puesto que esta fase previa del cultivo se realiza casi siempre con condiciones climáticas poco favorables, es aconsejable instalarla bajo un túnel de plástico en lugares fríos, o habilitando alguna forma de techo de totora en la zona central. Con estas medidas se prevé la acción de heladas o golpes de sol intenso.

El momento de traslado al lugar definitivo depende de cada especie, aunque normalmente suele ser ideal cuando la planta ha alcanzado entre 12 y 15cm de altura y cuatro o cinco hojas. El trasplante debe coincidir con un clima apropiado en el campo -que haya pasado el peligro de heladas para que su desarrollo no se detenga. A lo largo del territorio chileno, esta época se presenta desde fines de octubre hasta mediados de noviembre.

En los días previos, quite la protección o techo si las plantas han estado cubiertas y lleve los contenedores al sitio de destino, exponiéndolas al ambiente natural, a fin de que se acostumbren al cambio.

Tipos de contenedor

Cualquiera sea el tipo de contenedor empleado, haga un acopio de un volumen de tierra fina, compuesta de tierra de hojas, arena, turba y humus de lombriz, de ser posible, en proporciones variables. Los productores comerciales fumigan esta mezcla con bromuro de metilo para desinfectarla.

Las distribuidoras especializadas ofrecen un modelo muy práctico de "láminas termoformadas", tabicadas y articuladas. Cada lámina conforma un panel con celdas que puede ser colocado en bandeja. Para trasplantar, se llevan los paneles al terreno y se abren, de manera que las plántulas, con sus panes de raíces a la vista, se desprenden fácilmente. Las propiedades térmicas de este material, que puede ser utilizado dos o más veces, aceleran el proceso de germinación y emergencia.

Si emplea bolsitas plásticas, puede escoger entre diversos tamaños, en función de la especie a sembrar. Son de material fino, con perforaciones en el fondo para drenar el riego. Cuando la planta ha crecido, se coloca en un hoyo que da cabida a la bolsa, en la cual se hace un corte lateral antes de comprimirla con la tierra.

Otra variedad son las celdas de papel desechable, capaces de resistir todo el proceso de germinación y desarrollo de la plántula sin desintegrarse, pero una vez colocadas en el sitio definitivo, ceden a la humedad del suelo y la presión de las raíces. Algunos horticultores confeccionan sus propias bolsitas plegando papel de diario, con los mismos resultados.

El contenedor más conocido y práctico se vende con el nombre de "paperport", en forma de paquetes compactos que, al desplegarse, dan lugar a un conjunto de celdillas de sección hexagonal. Los hay de tamaños muy variados. Para llenarlos, el conjunto se fija en bandejas de tres costados, con una plataforma metálica o de plástico duro en el fondo. Una vez completada la operación, se retira dicha plataforma desplazando la carga de celdillas sobre el sitio en que han de manejarse.

Otra alternativa es la siembra en cubos de tierra prensados, conocidos como "cepellones", a base de turba, arena y arcilla, más fertilizantes y fungicida. A fin de evitar la deshidratación, los cubos quedan envueltos, dentro de una bandeja de madera, por una película de polietileno perforado en la parte inferior.

Empleando cualquiera de los contenedores descritos u otros similares, logrará un rápido despliegue de raíces y un robusto desarrollo vegetativo, inmediatamente después de insertar las plantas en los surcos

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Invernaderos para imprevistos


Aunque habitualmente empleamos el término de "invernadero" para referirnos a otras estructuras cubiertas de polietileno, en rigor la denominación corresponde a los que se utilizan principalmente en Magallanes.

Aquellos utilizados en el extremo austral son construidos básicamente en estructuras metálicas y cubiertos de vidrio en la mayoría de sus caras, mientras que los otros se aíslan mediante cubiertas de plástico. Entre ambos tipos, es muy distinta la capacidad que poseen para modificar el ambiente interior, en contraste con el exterior.

Otra significativa diferencia radica en los costos, que, sumados a los que involucra la edificación, los riegos tecnificados y termostatos, entre otras sofisticaciones que suelen asociarse a los invernaderos propiamente tales, implica la mantención de la temperatura deseada. A nivel de autoconsumo, obtener un producto de este modo es mucho más caro que comprar una fruta exótica fuera de temporada en una verdulería bien surtida.

Para nombrar a las otras estructuras cubiertas con polietileno, cuando su conformación es más sólida que la de un simple túnel, los especialistas emplean el término de "casetas". Las posibilidades de modificar el ambiente mediante este sistema son limitadas, especialmente en zonas de climas muy rigurosos.

Sin embargo, las mismas casetas colocadas en áreas más templadas producen grandes beneficios, adelantando o atrasando producciones y mejorando la fertilidad y propagación de plantas, entre otras virtudes.

Cultivo de hortalizas bajo plástico

Para cultivar hortalizas bajo plástico existen distintas instalaciones, que los aficionados a la jardinería y los horticultores utilizan con éxito. Las láminas de plástico son mucho más económicas que el vidrio y muy fáciles de colocar en las formas más variadas de bastidores.

Con ellas se logra modificar localmente las condiciones climáticas y favorecer el crecimiento de las hortalizas en plena tierra. Resultan muy fértiles para la lechuga, el rábano, colinabo, zanahorias, espinacas, tomates, pimientos, pepinos y otros. Sirven también después de la siembra, para proteger de las heladas tardías y las bajas temperaturas a las hortalizas que necesitan calor.

Una de estas instalaciones son los túneles, que se aplican perfectamente a los fines descritos y en principal en la siembra de almácigos, para los cuales se requiere más calor que el ambiental. Puesto que no conviene repetir dicha siembra en el mismo suelo, la estructura se desmonta en estos casos una vez que se desocupa, para rearmarla en otro sitio en la siguiente temporada.

Resulta bastante fácil habilitar túneles bajo plástico con aros de mimbre que se clavan al suelo, a una distancia de un metro uno de otro. También se puede emplear alambre o tubos de polietileno. La anchura y la longitud de ellos se adecuan a las medidas de las platabandas, de manera que abarquen el área útil más sus bordes. Si ésta mide un metro de ancho, el túnel debe tener 1,30 m de base y una altura de no menos de 70 cm.

Los túneles altos o "campanas" se emplean de la misma manera que los invernaderos. Se trata de construcciones con arcos, listones de madera o estructura metálica, por lo tanto más sólidos que los de baja altura y con varias caras bien sujetas al suelo. Es importante que estén bien instalados, porque siendo más altos, no resisten bien las ráfagas de viento.

Para estas casetas, las láminas de polietileno son algo más gruesas que para los túneles corrientes, de entre 0,1 y 0,2 mm de espesor. Una lámina normal no dura más de un año, pero las hay de dos temporadas. Al cabo habrá que vestir nuevamente la armazón y, a pesar de ello, resultan ventajosas desde el punto de vista de su productividad.

Cama calientes

Las famosas camas calientes se construyen con una capa espesa de estiércol en descomposición, la cual produce un calor suficiente como para durar desde fines de invierno hasta el principio del verano. El mejor material es el estiércol de establo medio descompuesto, deyecciones de caballo o vacuno mezcladas con paja, hojas u otro ingrediente orgánico a partes iguales, para evitar un alza brusca de la temperatura al fermentar demasiado. Se dispone esta mezcla en el fondo, colocando una capa de 30 a 40cm, y se comprime fuertemente, para agregar a continuación 12 a 15cm de buena tierra de almácigo, que se comprime también, pero no demasiado.

Este sistema está perdiendo vigencia últimamente, debido a la mejor tecnificación que los otros métodos han alcanzado, aunque todavía se justifican en lugares de climas extremos.

Para generar el calor, se emplean igualmente sistemas eléctricos o una red de cañerías ubicada en el fondo de la cama, por las cuales circula aire o agua caliente.

En caso de utilizar estiércol, es necesario hacer una excavación de 50-60cm de profundidad, por 2 a 2,5 metros de ancho y una longitud variable según se requiera. A menos que el suelo a ocupar sea duro, compacto e impermeable, se construyen paredes de ladrillo de soga o de pandereta, de manera que sobresalgan del nivel del suelo unos 25cm, en el costado expuesto al norte, y unos 50cm en el que mira al sur. Este último puede ser reemplazado por cajones de madera de la misma altura. Sobre estas estructuras se instalan bastidores removibles cubiertos con polietileno.

Aunque no necesariamente utilizamos todas estas técnicas, al conocer sus ventajas y la manera en que transforman los resultados agrícolas, comprenderemos mejor los requerimientos propios de nuestra parcela en materia de protección de cultivos