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Historia del Ceibo


Los guaraníes lo llamaban suiñandí, "el árbol verrucoso que vive junto al agua"; los brasileros, corticeira, "el árbol de corcho"; los norteamericanos, coral tree, "el árbol de coral". Los rioplatenses lo llamamos ceibo o seibo (las dos formas son correctas), aunque su nombre científico es Erythrina crista-galli (de eritros, rojo y crista-galli, cresta de gallo).

Es nuestra flor nacional desde 1942, cuando ganó una puja con el jacarandá y la pasionaria -que competían por idéntico honor- bajo el gobierno de Ramón S. Castillo.

Características del Ceibo

Su tronco tortuoso, su corteza gruesa y sus ramas cubiertas de aguijones crecen naturalmente en las costas de nuestros ríos del este, aunque sean pantanosas. La Argentina subtropical, el Uruguay y el sur de Brasil han sido sus hábitats naturales aunque su cultivo está ampliamente difundido. Crece naturalmente en Salta, Jujuy Tucumán, norte de Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Santa Fe, Misiones, Corrientes y Entre Ríos, siempre en los bordes húmedos de ríos y arroyos y en las islas del Delta del Paraná, donde se lo puede utilizar como colonizador de áreas pantanosas.

La belleza de sus flores amariposadas de color coral vivo (que aparecen en la primavera temprana en el noreste y persisten hasta fines del verano en la zona más sur) despertó la envidia de otras naciones que se lo llevaron para cultivarlo al aire libre -como en Florida o California, en Francia, Italia y España- o como planta para interior en los climas más fríos. En este último caso puede florecer sin problemas aunque su porte nunca supera al de un pequeño arbusto.

Su reproducción es muy simple ya que las semillas -que crecen dentro de vainas o chauchas encorvadas- germinan con facilidad. También pueden cortarse estacas a fines del invierno, como las que se utilizan para reproducir sauces y álamos, y plantarlas directamente en tierra.

Propiedades medicinales del Ceibo

Muy cercano al arte y la poesía nativa, el seibo también formó parte de las antiguas recetas de la medicina popular. Se usaba la corteza tostada y molida para curar llagas o heridas y las flores, hervidas y con azúcar, para combatir la tos convulsa. Las semillas contienen alcaloides (también las hojas, aunque en menor proporción). Dio lugar a leyendas, poesías y canciones y sus flores en racimos son una delicia para los picaflores. Una planta autóctona que no sólo por ser la flor nacional merece un lugar en el jardín

Las hojas guardamar del segura,daya vieja,san fulgencio,dolores


Forma y densidad de las hojas


A cierta distancia, la forma total de la planta es lo primero que capta el ojo, pero la forma depende de la densidad del follaje y del tipo de crecimiento de la planta más que de las características de cada hoja. La densidad del follaje es resultado de la clase de hojas (derecha), de su disposición en la planta y de su cantidad. El tipo de crecimiento da a la planta su base característica de ramas o tallos. Los árboles, los arbustos y las perennes tienen tipos de crecimiento muy variados -configuración vertical o columnar, en capas, de pirámide, de bóveda, de túmulo, de abanico, de arco, de ramas colgantes, de cuenco-, con distintos grados de simetría. Cada forma básica puede estar cubierta con una densidad de follaje distinta, y cada combinación de tipo de crecimiento y densidad de follaje genera una forma única, con su impacto visual especifico.

Complejidad y distribución de las plantas

Visto desde lejos, el follaje puede parecer rústico o delicado, según sea la dimensión y la complejidad de cada hoja. Las plantas con hojas grandes, simples, son las que se denominan de textura rústica; en cambio, las de hojas más pequeñas o más complejas dan lo que se llama una textura fina o delicada. Aparte de su sencillez o complejidad, las hojas pueden constituir una masa cerrada o abierta. Esta masa determina hasta qué punto se puede ver la estructura leñosa de un árbol. Estos cuatro rasgos -rústico, fino, cerrado, abierto- configuran cuatro subclases: textura rustica y cerrada o textura rústica y abierta; textura fina y cerrada o textura fina y abierta.

Al incluir en el jardín una planta por la textura específica de su follaje se cuenta con la ventaja de realzar un borde cuando otras plantas terminan de florecer, o bien con la posibilidad de destacar flores de especial impacto. Las plantas de follaje llamativo, de textura rústica, como el Onopordum acanthium (cardo escocés), son excelentes especímenes aislados en un conjunto, y añaden un toque de informalidad o incluso una verdadera sorpresa visual. Un fondo de follaje fino y denso de color contrastante, como el del Cotinus coggygria "Purpureus" (árbol de las pelucas o fustete púrpura), dará importancia a esa clase de ejemplares. Sin embargo, hay que usar estas combinaciones con cautela, porque las oposiciones extremas pueden resultar molestas.

Las plantas de textura fina con hojas pequeñas y compuestas, como la Stephanandra o la Gypsophila, dan formalidad a un jardín. El follaje menudo es un buen telón de fondo para las plantas de flor. Por ejemplo, se puede poner un Dictamnus albus, de hojuelas (foliolos) brillantes color verde oscuro, junto a un macizo de peonias dobles, o una Gillenia trifoliata, de hojuelas dentadas y estrechas, tras una mata esférica de azaleas de la variedad "Robin Hill', de flores rosadas.

La combinación de las formas de follaje

Una vez encontrada una planta de textura y forma agradables, el siguiente paso consiste en situarla en la vecindad más adecuada. Algunos ejemplares son domi nantes en un conjunto. Producen este efecto las majestuosas siempre verdes de follaje acicular (compuesto de agujas), como el abeto azul de Colorado, o los arbustos que tienen hojas pequeñas y redondas, como el boj. En estas plantas, las agujas o las hojas no permiten ver ningún detalle interior, por lo que su forma se muestra monolítica, y este perfil adusto las diferencia de vecinos menos austeros.

Los árboles y arbustos visualmente pesados se prestan a una plantación que no constituya masas extensas sino que reitere un determinado diseño. A intervalos regulares a lo largo de un camino o de una senda, crean una simetría secuencial que lleva la mirada a un punto lejano bien definido. Como pantalla protectora o como seto, por ejemplo, el Juniperus chinensis "Ames" (enebro chino), de color gris acero y forma piramidal, puede formar una pared viva de más de 2 m de altura. Si se espacian los ejemplares sobre una curva, las coníferas más altas, como el cedro rojo oriental de puntas doradas, crean una línea rítmica que invita al paseo.

Es posible fijar estas formas verticales con arbustos más pequeños, de ramas arqueadas, como Leucothoe fontanesiana, en un grupo amplio, este arbusto integra una buena combinación sumado a un rododendro bajo y macizo y a la columna alta de un Taxus baccata "Fastigiatá". Completarán el cuadro una amplia capa de Anaphalis, con hojas lanosas y perladas perennes y con flores blancas que duran tres meses, y un mullido tapiz de Bergenia x schmidtii "Jan Schmidt", de hojas perennes y duras.

Si se quiere crear un punto focal. un recurso sencillo y efectivo en la unión de tres plantas de distintas alturas, dispuestas de modo que formen un triángulo escaleno (tres lados desiguales). En el lado mayor del triángulo se puede poner un abeto blanco enano, de agujas verdes, que llega hasta los 3 m de altura. Delante del abeto, no centrado, se planta un viburno (durillo) semiperenne de la variedad "Chesapeaké" que casi nunca supera 1,80 m de altura pero se abre hasta ocupar no menos de 3 m. La línea que va desde la cima del abeto blanco a lo largo del amplio perfil del viburno y hasta el suelo dibuja una curva suave. En la base de este triángulo se plantará, en primer plano, un conjunto de tulipanes de color amarillo fuerte, como Tulipa batalinii "Bronze Charm", para que en primavera se establezca un vínculo de color, y varios ejemplares de Alcehemilla monllis ocultarán las hojas de los tulipanes con el tapiz de su follaje, después de la floración.

Hojas simples y compuestas

De manera general, las hojas se dividen en simples y compuestas, según las unidades que las integren. Una hoja simple se desarrolla como una unidad, es decir, tiene un limbo continuo; una hoja compuesta está formada por unidades menores (limbo discontinuo) llamadas hojuelas o foliolos. En otoño, una hoja simple caduca cae en una sola pieza y conserva su forma; en cambio, una hoja compuesta puede perder sus foliolos por separado.

Las hojas compuestas se subdividen en palmeadas (en forma de mano) y pinnadas (con varias hojuelas a los lados del peciolo o tallo). En una hoja palmeada, los foliolos se extienden como los dedos abiertos de una mano desde el punto de inserción común. Una hoja pinnada se parece a una pluma de ave, - con una nervadura central a cuyos lados se insertan las hojuelas.

Algunas hojas pinnadas se componen de segmentos menores, y reciben el nombre de bipinnadas o tripinnadas. Cuanto mas rarnificaciones tenga una hoja, rnás plumoso, más delicado será cl aspecto del follaje de la planta.

Los foliolos pueden estar enfrentados, como en la hoja pinnada que se ilustra a la izquierda, o alternados, es decir que cada uno se inserta en el espacio libre del peciolo que hay entre los foliolos del otro lado, como en la bipinnada que se ve a la derecha

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La cosecha de color en los frutos y bayas del invierno


Son muchos los árboles y arbustos que culminan su ciclo reproductivo anual con la aparición de una cosecha de bayas y frutos de colores. Algunos de estos frutos aparecen en otoño y maduran con la estación: van ganando en color a medida que el aire se enfría. Otros nacen y maduran en el verano, ocultos por las hojas, y el invierno elimina la pantalla del follaje para revelar los brillantes toques de rojo, anaranjado, amarillo, azul, lila, gris, negro o blanco, relucientes entre las ramas desnudas.

La preponderancia del rojo

De todos los colores de frutos y bayas, el rojo es el más frecuente. Dos ejemplos comunes de arbustos de bayas rojas son los siempre verdes llex opaca (acebo americano) y Pyracantha; precisamente, las hojas lustrosas del acebo, color verde oscuro, mezcladas con el rojo brillante de las bayas, se han convertido en el símbolo de las celebraciones navideñas. Las ramas elegantes de Pyracantha, cargadas en invierno con racimos de bayas de tono carmesí, son ideales para cubrir una pared en sitios soleados, aunque la planta es también atractiva si se deja crecer según su forma natural o como integrante de un seto.

Las bayas rojas, así mismo, aparecen en caducifolios como el crataego, el cornejo, el manzano silvestre y el serbal de cazadores (Sorbus aucuparia). Entre los arbustos de fruto tardío, que fructifican cuando ya no les queda follaje, están el llex verticillata, con sus innumerables bayas color coral, y el Viburnum trilobum, con sus grandes bayas rojas que tienen tres lóbulos, como su nombre científico lo indica. A su vez, los frutos de los agracejos, como diminutos pendientes, cuelgan de las ramas espinosas durante todo el invierno; el cornejo "Kousa" da un llamativo fruto colgante, parecido a una fresa, de color rosa oscuro, que contrasta con el tono escarlata del follaje otoñal y con la corteza, muy ornamental.

Los manzanos silvestres de flor en general dan frutos rojos, que duran hasta el invierno. Sin embargo, las variedades como Malus hupehensis y M. floriburda tienen frutos de un hermoso tono amarillo limón. Algunos ejemplares de acebo, viburno y otros también producen bayas de tono amarillo, anaranjado pálido y anaranjado rojizo.

Al otro lado del espectro

Las bayas azules son menos brillantes que las rojas, pero igualmente apreciadas por la intensidad de sus colores, que resultan espectaculares en medio de un follaje otoñal de tono caoba. Las bayas brillantes, azul lavanda, del calicarpo se mantienen hasta el invierno, y muchas variedades de hiedra también dan bayas azules. Por ejemplo, la hiedra de Boston se adorna con una profusión de racimos azules, que se realzan entre el follaje de matiz burdeos. Su prima hermana Parthenocissus guinquefolia da bayas de color azul oscuro, parecidas a los arándanos, pero venenosas. Las bayas del jardín pueden ser las favoritas de las aves y los insectos, pero sólo se deben consumir en casa las que están acreditadas como comestibles.

Varios tipos de acebo y de viburno dan bayas negras, muy atractivas, pero el efecto más espectacular es el que ofrece el arbusto Symphoricarpos albus con sus racimos de frutos de color blanco opaco y del tamaño de una canica. Las bayas grises azuladas del agracejo norteamericano, en comparación, son insignificantes, aunque tienen un puesto especial en la historia: los antiguos colonizadores americanos fundían estos frutos de textura áspera para hacer velas aromáticas, y algunos habitantes de Nueva Inglaterra aún conservan esta tradición.

El cultivo mejora la cosecha

Sea cual sea el tipo de baya que se cultive en el jardín, esta clase de arbusto o árbol debe estar en un sitio bien soleado. La cantidad de sol que reciba la planta determina la densidad de su floración y la abundancia de la cosecha. Además, algunas plantas son dioicas, lo que significa que el ejemplar femenino da las bayas debe ser polinizado por otro ejemplar masculino. La mayoría de los acebos son dioicos, de modo que, si no lo hay en el vecindario, se puede plantar un acebo macho en cualquier lugar poco visible a no más de 30 m del ejemplar hembra, sin olvidar que un solo acebo macho puede polinizar a una gran cantidad de plantas femeninas de su especie.

Hay que estar preparado para compartir la cosecha de bayas con las aves que pasen por el jardín. Incluso mucha gente planta arbustos y árboles para atraer a las aves, que gustan mucho de las bayas rojas. Pero si lo que interesa es conservar los frutos por su valor ornamental, se colocarán las plantas cerca de la vivienda, porque el movimiento de las personas espantará a los pájaros.

Otra forma de disuadir a las aves consiste en colocar plantas que den frutos amarillos o dorados, menos atractivos para ellas. Por último, se pueden situar comederos con semillas variadas, que también deleitarán a los pájaros del lugar.

Las bayas dentro del plan de colores del jardín

Por sus matices, las bayas destacan entre el colorido circundante. Los grandes racimos de tono escarlata del Crataegus crus-galli harán un notable contraste, por ejemplo, con las agujas azuladas de un pino escocés. Lo mismo ocurrirá, a la inversa, con las bayas de tono gris azulado de ciertos laureles, si están cerca del follaje de puntas rojas de una Thuja orientalis "Compacta" y un cornejo de tallo rojizo. Para obtener una buena combinación de colores cálidos, se puede colocar un viburno de bayas amarillas junto a los frutos rojos de un escaramujo, o recurrir a la clásica unión del rojo y el blanco, representados por las bayas del agracejo y por las del Symphoricarpos, respectivamente.

Otras combinaciones atractivas se logran con plantas similares de colores contrastantes. Por ejemplo, se combinan dos variedades de manzano silvestre como "Red Sentinel" y "Butterball", que dan frutos rojos y amarillos; o bien se reúnen viburnos de bayas rojas y amarillas, Pyracantha, acebos y serbales de frutos anaranjados y amarillos.

El mejor efecto se logra poniendo las plantas que dan fruto agrupadas, ya sea delante de un fondo -un muro, una valla o un seto siempre verde-, o bien sin él, para que los frutos adquieran preponderancia. La regla dice que las bayas de tonos anaranjados y rojos se ven a mayor distancia que las azules o rojas oscuras. Además, como ocurre con las flores pálidas, las bayas de color claro destacan más a la sombra que bajo la luz del sol

Plantas en un muro de contención almoradi,daya nueva,el saladar,san jose,san isidro,


Cómo plantar sobre muros?


Los muros de piedra son un recurso atractivo para hacer terrazas escalonadas en una cuesta, en parte porque las piedras parecerán integradas al paisaje natural. Las terrazas resultantes serán un buen hábitat para una variedad extraordinaria de plantas. Las rastreras caerán en cascada desde el escalón superior; las plantas alpinas, las de jardines de rocalla -entre ellas, diversas especies de Sedum (uva de gato) y de saxífragas- y las rastreras, como Aubrieta, son aptas para colocar en las grietas de un muro seco. Las hierbas aromáticas-tomillo o espliego, por ejemplo- también se dan bien en suelos de buen drenaje, como el de la parte superior de un muro de piedras asentadas a seco; lo único que se necesita es echar algo de tierra en las hendiduras que separan las piedras: no hará falta más para que estas plantas se mantengan durante años.

Si la región tiene abundancia de piedras, un muro bajo, de piedras apiladas sin mortero es ideal para incluir en un jardín rústico e informal. Pero la construcción de esta clase de muros tiene que ser confiada a un experto, porque exige ciertos conocimientos técnicos para evitar que no se produzcan desmoronamientos.

Valla de estacas apuntadas

Los distintos tipos de cercados evocan ideas o sensaciones de tipo histórico, regional o estilístico que suelen influir en su elección. La valla de estacas apuntadas blanca es típicamente norteamericana; su altura mediana hace de ella un límite discreto pero firme que se adapta muy bien a las casas de los siglos XVIII y XIX, con sus arriates coloridos que dan a la calle. Una cerca hecha con traviesas rústicas dispuestas en zigzag -una construcción típica del estado americano de Virginia- proporciona ángulos adecuados para colocar en ellos diversas plantas. En cambio, una cerca de maderas lisas, pintada o al natural, es una idea tomada de los sitios en que abundan las cuadras de caballos, y también es adecuada para servir de fondo a un arriate informal.

Cuando los vientos secos son abundantes y el sol es muy intenso, las plantas tiernas pasan por dificultades que se pueden atenuar con un cerco de tablas separadas, con el que se resolverá el problema y se agregará un interés visual al jardín. Este tipo de valla no sólo filtrará el viento y la luz a través de la separación de sus tablas, sino que además puede servir de fondo para plantas resistentes al viento, como los rosales de zona pedregosa y los alhelíes, o bien de apoyo para las enredaderas, como la hiedra inglesa u otras que dan flores.

Los arbustos oscuros crean un notable contraste de color contra el blanco de la valla. La forma cónica de estos arbustos es como un reflejo del extremo de las estacas, lo que sirve como vínculo entre el fondo y el arriate.

Cómo cultivar macizos y arriates? torrevieja,santa pola,elche,benidorm,denia, villajoyasa,ibi,alcoy,san vicente del raspeing,crevillent,orihuela,aspe,


Cultivar tu arríate o macizo en el jardín


Si quieres que tu arriate o macizo prospere, debe gozar de las condiciones óptimas cuanto al lugar, el suelo, la ventilación y el clima. Para asegurarse de que todos estos elementos juegan a tu favor es importante empezar por desarrollar un plan cuidadoso y una lista de comprobación, y aplicarlo paso a paso, como un general preparando el plan de batalla.

Consejos sobre el lugar

Empieza con un estudio detallado del lugar, ese espacio de tierra único que constituye tu zona de jardín. Lógicamente, tu finca se ubica dentro de una vasta región geográfica de clima conocido.

A menudo, ese espacio en el que quieres crear tu macizo o arriate tendrá un microclima propio. Perfilado por la acción del sol, el viento y las variaciones topográficas, puede que, por ejemplo, en una zona el suelo esté encharcado y a sólo z m. sea árido y seco.

Estas variaciones microclimáticas suponen tanto un reto como un regalo. Por ejemplo, puede que descarten algunas especies que, de lo contrario, serían ideales para

el clima de la región, pero también brindan la oportunidad de experimentar con plantas que, en condiciones normales, quedarían descartadas.
Al evaluar el lugar, toma nota de los cambios estacionales durante toda la temporada de crecimiento. Una zona que tiene muchas horas de sol a principios de primavera, puede que sólo disponga de sol durante medio día cuando los árboles ya tienen hojas. Cuando llegue el momento de elegir las plantas, deberás saber si el lugar que ocuparán tiene sol todo el día (mínimo seis horas, por lo menos cuatro por la tarde), semisombra (entre tres y cuatro horas de sol por la mañana y sombra el resto del día), penumbra o sombra total (sin luz directa pero con suficiente luz indirecta para que las plantas puedan crecer).

Entonces, piensa en cómo utiliza tu familia el espacio destinado al jardín. Toma nota de en qué zona se reúnen y, especialmente, dónde se instalan cuando disponen del tiempo y las ganas de disfrutar del jardín -tanto si lo miran desde una ventana del salón, por ejemplo, como desde un camino, patio o terraza exteriores.

Decide por dónde te gustaría que pasearan los miembros de tu familia y las visitas, y cuáles son las zonas que fácilmente pueden pasar desapercibidas. Finalmente, añade a tus valoraciones sobre el lugar algunas reflexiones sobre las vistas que existen más allá de tu propiedad y piensa si quieres potenciarlas o disimularlas.

Puede que existan algunos inconvenientes, como esa fea caseta para las herramientas de tu vecino, que preferirías ocultar o, por lo menos, minimizar. En tal caso, puedes colocar un seto o pantalla en ese lugar y emplazar tus macizos de flores, más atractivos a la vista, en otra zona. Una vez tomadas estas decisiones, llega el momento de estudiar la tierra.

Tipos de suelos

El suelo tiene tres capas diferentes, empezando por la típica capa marrón oscuro del exterior, pasando por varias subcapas hasta la derivada de la roca del fondo. Para plantar la mayoría de flores y arbustos sólo es importante la primera capa. Esta sustancia maravillosa -que generalmente no tiene más de 4 cm. de profundidad- produce organismos vivos y lo que puede ofrecer a tus plantas es muy variable.

Esta primera capa se compone de una mezcla de partículas minerales inorgánicas -que van desde arcilla microscópica, a sedimentos un poco más grandes y hasta la arena, que es todavía más grande- además de aire, agua y materia orgánica. Esta última consiste en un caldo de plantas en descomposición y materia animal que se están convirtiendo en importantes nutrientes para las plantas, gracias a la acción de microorganismos vivos, insectos y gusanos de tierra. Esta capa de tierra se clasifica en función de su textura, que puede ser arenosa, arcillosa o marga.

La tierra arenosa es relativamente alta en partículas minerales de escaso valor; es ligera, no se compacta y tiene tendencia a calentarse y a estar preparada para el cultivo a principios de primavera, a diferencia de otros tipos de tierra más densos. Las raíces penetran este tipo de tierra con relativa facilidad, pero no las sujeta firmemente; tampoco retiene el agua ni sus substancias nutrientes.

La tierra arcillosa es más pesada, con partículas más finas que, al mojarla, pueden convertirse en una masa pringosa o pegajosa que, cuando se seca, es tan dura como el cemento. Puesto que es demasiado compacta para que circule demasiado aire y retiene el agua, la tierra arcillosa puede ser perjudicial para las plantas, asfixiándolas y potenciando que se pudran las raíces.

La marga se compone, a grandes rasgos, por un 40 por ciento de arena, un 40 por ciento de sedimentos y un 20 por ciento de arcilla. Cuando se acompaña de materia orgánica suficiente, tiene un tacto ligeramente húmedo y forma pequeños grumos irregulares que dejan mucho espacio para que circulen el aire, el agua y los nutrientes. Este tipo de tierra es la preferida por la mayoría de las plantas que crecen en arriates y macizos. Si tu tierra se aleja mucho de este ideal, existen soluciones para mejorarla.

¿Cómo mejorar la tierra?

La mejor solución -en realidad la panacea para cualquier tipo de tierra- es el compost. Esta rica y oscura amalgama de restos de plantas en descomposición no sólo aporta fertilidad a cualquier tipo de tierra, sino que da cuerpo y densidad al suelo arenoso, a la vez que aligera y abre huecos en la tierra arcillosa.
Otra mejora importante está en relación con el pH de la tierra, que es la abreviación para referirnos al nivel de acidez o alcalinidad de ésta. Puesto que el pH de tu arriate o macizo puede afectar la capacidad de las plantas para asimilar los nutrientes, debes testar la tierra con regularidad. Puedes hacerlo usando un kit sencillo que encontrarás en cualquier vivero.

La mayoría de flores ornamentales crecen mejor cuando el pH de la tierra está entre neutro (alrededor de 6.5 hasta 7) y ligeramente ácido (5.5. a 6). Sin embargo, numerosas plantas, incluyendo la mayoría de las de hoja perenne, plantas silvestres y los arbustos de flor como las azaleas, rododendros y laureles, prefieren las tierras ácidas. Cuando decidas qué plantas pones en un macizo o en un arriate, tendrás que elegir entre limitarte a las especies compatibles con el pH actual de la tierra, o alterar el pH para poder plantar otras plantas que te gustan más.

Cuando la tierra resulte demasiado ácida, antes de plantar en otoño, aplícale piedra caliza en una proporción 1.2kg. a 1.8 kg, por cada 9,3 metros cuadrados, riega con agua abundante y vuelve a observarla al cabo de unos días. Si la tierra es demasiado alcalina, corrígela con sulfato de amoníaco o sulfato de hierro, según las instrucciones del paquete, o aplica un fertilizante de tipo ácido, y vuelve a examinar la tierra pasados unos días.

Fertilidad del suelo

De forma natural, el suelo contiene distintas proporciones de los tres mayores nutrientes para plantas -nitrógeno, fósforo y potasio- junto con los minerales esenciales. Puedes devolverle a la tierra los nutrientes que le faltan o que han sido consumidos por las plantas mucho más rápido que el proceso natural. Hazlo antes de plantar a la vez que realizas las mejoras necesarias en el tipo de suelo. Si después necesitaras más fertilizante, añádelo periódicamente removiendo la capa superior del suelo.

Para mejorar la calidad del suelo, puedes usar una combinación de materia orgánica, como el compost u otros abonos a base de humus y materia orgánica, o fertilizantes secos inorgánicos. (Si sólo quieres usar fertilizantes naturales busca las palabras "orgánico" o "natural" en el envase). Lo que normalmente se denomina un fertilizante completo es el producto inorgánico resultado de la formulación de tres nutrientes clave en varias proporciones que se expresan mediante la secuencia de tres números. De este modo, un 5-i0-5 en la etiqueta, significa que el producto contiene 5 por ciento de nitrógeno, 10 por ciento de fósforo y 5 por ciento de potasio, siempre en ese orden; 10-10-10 es otra formulación común. Un análisis del suelo te ayudará a determinar qué fertilizante, si es el caso, necesita tu suelo.

Conocer tu clima

Las plantas crecen bien al aire libre, por lo tanto evita colocar un arriate o un macizo en una zona cerrada, donde el aire no circule libremente. Por otro lado, la mayoría de plantas ornamentales, especialmente las altas, se resienten de los vientos constantes. Si tu emplazamiento está expuesto al viento, plantéate la posibilidad de plantar un paraviento vivo mediante grandes árboles o arbustos, o colocar una práctica y atractiva valla.

El clima es decisivo para determinar qué plantas sobrevivirán al invierno. Ello está más relacionado con la temperatura del suelo que con la del aire. En climas muy fríos, incluso las plantas más resistentes pueden morir si no disponen de una manta para aislarlas de la nieve o si están expuestas a los constantes cambios de heladas y deshielo, que las obligará a esforzarse por salir de la tierra. Para evitarlo, aplica un manto para el verano, como hojas secas, gravilla o astillas de madera, dejando libre el contorno de las plantas.

Observa las plantaciones de tu vecino y experimenta en tu propio jardín. A partir de los resultados, podrás probar con plantas que sean de una zona un poco menos dura que la tuya si dispones de un lugar encarado al sur, que está cerca de la casa o protegido